sábado, 2 de octubre de 2010

Norberto James Rawlings, noble maestro

LITERATURA





Néstor E. Rodríguez
Toronto, Canadá.- Hay un poema de “Patria portátil” (2008), el libro más reciente de Norberto James Rawlings (San Pedro de Macorís, 1945), que condensa en sus poderosas imágenes toda una pedagogía del vivir exiliado. Me refiero al primer texto del conjunto, el bellísimo poema titulado 

“Lección”: 
“Observa hijo cómo rasguña el mar las orillas de la playa/
 cómo a dentelladas húmedas/
 impone su reino salobre./
 Cuando canta el mar/ 
se embriaga de sol la brisa/ 
se cuela su música amarga/ 
entre blancas cortinas de agua/ 
y construye la distancia/ 
con invisibles partículas/
de transparencia diurna”.

La voz del poeta, confundida aquí con la brega de ese mar inconmovible, arropa con su luminosidad la memoria de los días idos. Lo que queda de ese gesto afincado en la lejanía no puede ser menos que una ganancia. Este noble maestro nos exige una tarea, una lección sencilla de humanidad: saber escuchar esa “música amarga” de nuestro mar más próximo, el mismo que tres generaciones atrás impulsara a los James jamaicanos de Ocho Ríos hasta el polvo del Ingenio Consuelo y su miseria. A esa estirpe secreta de los cocolos macorisanos, ninguneados como muchos otros hijos del Caribe en la República Dominicana de ayer y hoy, le dedicó el joven Norberto, en 1969, acaso su más grande creación:

“Los inmigrantes”

Aún no se ha escrito/ 
la historia de su congoja./
Su viejo dolor unido al nuestro./
No tuvieron tiempo/ 
-de niños-/ 
para asir entre sus dedos/ 
los múltiples colores de las mariposas./ 
Atar en la mirada los paisajes del archipiélago./
Conocer el canto húmedo de los ríos.//
No tuvieron tiempo de decir:/
-Esta tierra es nuestra./ 
Juntaremos colores.
Haremos bandera./ 
La defenderemos.//  
Hubo un tiempo/
 -no lo conocí-/
 en que la caña
los millones// 
y la provincia de nombre indígena//
 de salobre y húmedo apellido tenían música propia//
 y desde los más remotos lugares//
 llegaban los danzantes./ 
Por la caña.//
 Por la mar./ 
Por el raíl ondulante y frío/ 
muchos quedaron atrapados.//
 Tras la alegre fuga de otros/ 
quedó el simple sonido del apellido adulterado/ 
difícil de pronunciar./ 
La vetusta ciudad./ 
El polvoriento barrio/ 
cayéndose sin ruido./ 
La pereza lastimosa del caballo de coche./ 
El apaleado joven/ 
requiriendo/ 
la tibieza de su patria verdadera./ 
Los que quedan. Éstos.//
 Los de borrosa sonrisa./ 
Lengua perezosa/ 
para hilvanar los sonidos de nuestro idioma son/
 la segunda raíz de mi estirpe./ 
Vieja roca/ 
donde crece y arde furioso
el odio antiguo a la corona./ 
A la mar.// 
A esta horrible oscuridad/ 
plagada de monstruos.// 
”yeme viejo Willy cochero/ 
fiel enamorado de la masonería./ 
”yeme tú George Jones/ 
ciclista infatigable./ 
John Thomas predicador./ 
Winston Brodie maestro./ 
Prudy Ferdinand trompetista./ 
Cyril Chalanger ferrocarrilero./ 
Aubrey James químico.
/ Violeta Stephen soprano./ 
Chico Conton pelotero.// 
Vengo con todos los viejos tambores/
 arcos flechas espadas y hachas de madera/ 
pintadas a todo color ataviado// 
de la multicolor vestimenta de “Primo”/ 
el Guloya-Enfermero.// 
Vengo a escribir vuestros nombres/
 junto al de los sencillos./ 
Ofrendaros// 
esta Patria mía y vuestra/ 
porque os la ganáis/ 
en la brega diaria/ 
por el pan y la paz./ 
Por la luz y el amor./ 
Porque cada día que pasa/ 
cada día que cae/ 
sobre vuestra fatigada sal de obreros/ 
construimos/ 
la luz que nos deseáis./ 
Aseguramos/ 
la posibilidad del canto/ 
para todos”.
Hace unos días, mientras escuchaba a Norberto leer entre poetas marinos de Jamaica, Nigeria y Sierra Leona en la lluviosa Birmingham de Inglaterra, pensé en la magnanimidad de su legado literario y la poca atención que le prestan los entendidos que con tanta pasión consagran vates o demeritan prodigios en nuestro país. A ellos, y a todos nosotros, nos amenaza con dulzura desde una pequeña buhardilla en Boston, persistente y severa, la poesía de Norberto James Rawlings.

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